miércoles, 12 de enero de 2011

El antro de las estrellas

Durante los primeros años de su reinado, el Studio 54 fue como un teatro de la vida real en el que cada noche se escenificaba el gran reventón de la era. Cada noche el elenco de la función era seleccionado en plena calle, de entre la multitud que, casi a bofetadas, trataba de cruzar las cuerdas de terciopelo que limitaban la entrada para poder penetrar el sitio rodeado de la aureola de la fama y la leyenda. Para muchos era como entrar en una dimensión similar a la que, en su momento, tuvo para los hippies el legendario festival de Woodstock; pero ahora, para una generación de gente urbana, con un alto sentido de la moda, la elegancia, el atractivo físico y el elitismo.

En un rincón podía encontrarse al genio del surrealismo, Salvador Dalí, rodeado de bellísimas modelos; y en otro aparecía la figura grande del Pop Art, Andy Warhol, con un séquito de estrafalarios seguidores. Con frecuencia Mick Jagger visitaba el Studio y ahí conversaba con los modistos Halston y Calvin Klein. Los actores y actrices mas notables de Broadway y de Hollywood tenían la necesidad de dejarse ver en el 54, pues de no ser así no estaba dentro de la onda de aquel momento. También el mundo de la política se sintió curiosa ante el magnetismo atractivo de la disco más famosa del planeta, y hasta los miembros de la realeza europea se dieron sus asomadas por el lugar.


El Studio estaba situado en el número 254 de la calle 54 oeste de Nueva York, y el edificio original todavía existe. El famoso club cerró sus puertas por primera vez en 1980

Afuera muchas personas eran rechazadas porque se les consideraba como “la gente gris”. Así, lograr el acceso al Studio 54 se convirtió en una especie de obsesión para aquellos que anhelaban formar parte de “la gente bonita”, que era el termino utilizado por Steve Rubell, copropietario del club, para definir a los que eran dignos de entrar al antro.
Por Jaime Almeida